11 de abril: Día del Arqueólogo
Algunas reflexiones personales sobre ser arqueóloga
Aprovecharé que los 11 de abril en el Perú se celebra el "día del arqueólogo" para hacer un ejercicio de reflexión personal sobre lo que para mi ha significado ser arqueóloga.
Siempre me fascinó la historia antigua. Desde muy chica. Aquella que parecía perderse en el tiempo, donde solo se encuentran vestigios materiales rodeados de un aura de misterio, emoción, aventura. Todo eso alimentado por los documentales de Discovery Channel y National Geographic.
Fue entonces casi natural que decidiera estudiar la carrera de arqueología al terminar el colegio.
Descubrí que la arqueología es muy distinta a los documentales de Discovery.
Pronto me di cuenta que - al menos en Perú - ser arqueólogo es equivalente a trabajar en campo y excavar. Arqueólogo que no excava, no es arqueólogo.
Al inicio ir al campo era emocionante. Divertido. Era nuevo. Pero conforme pasaba el tiempo, me daba cuenta que eso no me satisfacía profesionalmente. Conforme estudiaba y avanzaba en la carrera, se iban acumulando dudas y cuestionamientos a mi vocación. Dudas que no se despejaron cuando comencé a ejercer.
Excavas, te llenas de tierra, separas capas y niveles, dibujas, haces tus informes, analizas tu material. Y si eres un arqueólogo que se respete: Interpretas. Teorizas. Publicas.
La verdad yo me preguntaba "¿y qué mas?" "¿esto es realmente todo?" "¿de qué sirve concretamente si a nadie más que a otros arqueólogos le interesa?"
Durante mucho tiempo sentí terror cada vez que otro arqueólogo me preguntaba:
- "¿y a ti que periodo te interesa? ¿qué valle? ¿qué material? ¿qué te interesa investigar?"
"NINGUNO" y "NADA" pensaba mientras ensayaba una respuesta decorosa. Y sentía una terrible culpa.
Durante un tiempo trabajé en arqueología de contrato (para empresas, minas, gas, etc.), viajando, pasando meses fuera, excavando, excavando, excavando. Nunca me gustó ningún trabajo que tuve. Me encantaba viajar y conocer sitios diferentes, pero para eso basta ser turista, no arqueóloga.
Y pensaba que el problema era que no estaba haciendo investigación. Que tal vez cuando trabajara en investigación, encontraría finalmente "el periodo, el valle y el material de mi interés". Que le encontraría el gusto al campo y a mi profesión (lo que yo suponía era mi profesión).
Hasta que comencé a trabajar en un Proyecto de Investigación y Puesta en Uso Social [**N.del A.: ¿qué es eso de puesta en uso social? (también llamada puesta en valor) En teoría, un proyecto donde se involucra a la población que se halla alrededor de un sitio arqueológico/histórico y/o natural para hacerlos partícipes del cuidado y aprovechamiento de su patrimonio].
Yo era arqueóloga, así que OBVIO, tenía que excavar. Lo odiaba, debo confesarlo. Cada vez que subía al sitio llena de bloqueador y envuelta en una especie de burka; con mi tablero, mi lápiz y mi badilejo pensaba "¿y exactamente de qué forma ayudo a lograr que a la gente le importe su patrimonio limpiando escombros, excavando recintos y conociendo el proceso constructivo y de superposición del sitio?"
Luego de dos años allí, veía que no se lograba ningún involucramiento real con la población alrededor. Había en realidad una disociación absoluta entre lo que hacía la Institución y lo que le interesaba realmente a la gente. Me di cuenta, que nadie cuida ni protege aquello que no le interesa. Y que no logras que a la gente le interese diciéndole lo IMPORTANTE QUE ES EL PATRIMONIO (eso es tan absurdo como decirle a un adolescente que se quiere ir de fiesta que debe quedarse a estudiar esa noche porque es importante para su futuro...).
Me sentía estancada y frustrada. Tenía intereses que no eran exclusividad de arqueólogos: arte, diseño, estética, pedagogía, educación.
Me seguía fascinando la historia antigua. Pero me di cuenta que lo a mi realmente me interesaba era transmitir esa magia y pasión que yo sentía al observar un objeto hecho hace cientos o miles de años; esa admiración y deslumbramiento por los logros de civilizaciones que nos precedieron (arquitectura, ingeniería, arte, estética). Pero sobre todo quería que otros disfrutaran tanto como yo en un sitio histórico, arqueológico o en un museo.
Decidí estudiar museología y así fue como me comencé a involucrar en la interpretación del patrimonio (de todo tipo: natural, cultural, histórico, contemporáneo). Así fue que descubrí que solo cuando un individuo aprecia y comprende aquello que se le muestra, puede pasar al siguiente paso: identificarse con él y por ende, cuidarlo.
Y más aún: descubrí que la arqueología sí tiene una función práctica y necesaria en el presente. Una vital que creo los arqueólogos conocen pero no practican.
Y no me refiero solo al lugar común al que se hace referencia desde las Instituciones públicas (aunque no se precisa cómo lograrlo): Reforzar la "identidad cultural" y la "autoestima".
Ante todo, aprendí que el descubrimiento y aprendizaje de otras culturas (locales y foráneas) permite abrir un abanico de posibilidades que se desprenden de allí y que no han sido (suficientemente) exploradas en el país: A través de la apropiación de nuestra historia (que es diferente a solamente conocerla) y de la apreciación del arte en todas sus formas se puede formar individuos más tolerantes, más inclusivos, más críticos, más reflexivos. Esa es toda una nueva perspectiva del "aprender del pasado".
Para algunos arqueólogos, esas cosas no corresponden a la profesión. Es tarea de profesores y colegios. Y hubo varios arqueólogos que me dijeron "asu, cómo te has equivocado de carrera".
No me equivoqué. Solo que la perspectiva que le he otorgado a mi profesión es más amplia. Es importante que continúen habiendo arqueólogos que investigan porque esa es la materia prima necesaria para hacer interpretación del patrimonio. Pero hacen falta más arqueólogos que "traduzcan" todo eso.
Hay arqueólogos que no se han dado cuenta que existe una brecha muy amplia entre "investigar un periodo, un valle o un material" y llevar luego ese conocimiento a quienes no lo poseen, de una forma atractiva, divertida y sencilla. Y no solo a escolares. A TODOS. La arqueología no tiene porque ser una ciencia críptica. Hacer eso no es solo una tarea de profesores.
Mucho tiempo sentí que no encajaba y no me provocaba celebrar ningún "día del arqueólogo".
En realidad, tampoco hay tanto por celebrar, pero sí mucho por reflexionar y cuestionar. Hoy me propongo dejar un mensaje para todos los arqueólogos:
Dejemos de hacer arqueología para arqueólogos.
Hagamos arqueología para el presente y para la gente: para niños, para adultos, para mujeres, para hombres, para invidentes, para analfabetos, para empresarios, etc, etc.
Arqueología para diferentes contextos ideológicos o sociales. Arqueología para formar ciudadanos. Arqueología para formar individuos críticos y conscientes.
Dejemos de quejarnos porque se destruye el patrimonio. Dejemos de indignarnos por los que le meten una retroexcavadora a un sitio arqueológico o por los que dejan sus huellas en las pampas de Nazca.
Hagamos arqueología que eduque. Hagamos arqueología que divierta. Hagamos arqueología que provoque.
Que provoque sensaciones, sentimientos, reflexiones.
Feliz día arqueólogos